Arcadio y Clara componen un matrimonio cercano a los setenta años que vive solo en una pequeña casa de un pueblo costero. Juntos pasan los días con sosiego y monotonía. Una mañana reciben la llamada de Pedro, su único hijo, al que hace tiempo que no ven, y les dice que estas vacaciones irá a pasar una semana con ellos. Clara se alegra de la noticia y la comparte con Arcadio. Él, sin embargo, reprocha que su hijo se ha olvidado de ellos y sólo piensa en sí mismo.

No obstante, pasado el enojo, Arcadio comienza a considerar dónde puede aparcar el coche su hijo, porque en la pequeña era que da paso a su casa tan sólo hay sitio para su Renault 12 que yace acomodado a la sombra de un viejo árbol. Le cuenta a su mujer la dificultad que tendrá su hijo de encontrar aparcamiento cerca con los coches de los veraneantes llenando las calles y le transmite lo que ha pensado: cortar el viejo árbol de la era. Clara no trata siquiera de disuadirle, conocedora de la tozudez de su marido.

A partir de ese momento, Arcadio se enfrenta a la tarea de arrancar el árbol con sus escasos medios. La labor es mucho más ardua de lo que al principio había imaginado. Su sierra y su azada no son suficientes, como van comprobando los vecinos que cada día vislumbran el trabajo del hombre y le preguntan por su actividad. Unos le increpan por el ruido que les impide la siesta, otros le asesoran sobre la mejor manera de cortar el árbol, otros le muestran otras soluciones menos drásticas al problema del aparcamiento. Al final, el capataz de una obra cercana se ofrece a ayudarle con su carretilla hidráulica a arrancar el tronco.

Cercano el día de llegada de su hijo, tan sólo le resta arrancar las últimas raíces y cubrir de tierra la zanja. La víspera, Arcadio termina su misión y mira satisfecho el hueco dejado al coche de su hijo. Ese mismo día reciben en casa la llamada de su hijo lamentando no poder acudir a pasar unos días con sus padres como les había prometido. Clara siente la noticia de su ausencia, más si cabe por su marido, que simula no verse afectado y tan sólo atestigua “ya te lo había dicho yo”. A la mañana siguiente Arcadio se levanta y comienza el día con un renovado proyecto: plantar un árbol en el hueco dejado.